Hola, soy Andrés Acevedo.

En diciembre de 2017 volví a Medellín después de seis años en Bogotá. Era normal que fuera en vacaciones de fin de año, solo que esta vez tenía que tener una conversación difícil con mis papás.

No iba a ser abogado. Ya lo había decidido. No tenía ni idea qué quería, pero seis meses de trabajo medio tiempo me habían convencido que lo último que yo podía ser era abogado. A menos, claro, que estuviera preparado para resignarme a ser un desdichado más. No estaba listo. Por eso, la conversación difícil.

«¿Y eso de los podcasts si da plata?». Mi mamá, sin saberlo, acababa de hacerme la pregunta que iba a escuchar sin parar los siguientes cinco años. Yo había anticipado que la conversación iba a ser difícil; lo que no sabía era que iba a salir tan mal. «No voy a ser abogado», fue lo primero que salió de mi boca. Lo dije con convicción, y hasta ahí me llevaron las certezas. Después de la primera pregunta «¿Y entonces que vas a hacer?» la voz se me quebró, se me notaron las dudas, intenté hablar seguro acerca de cosas de las que no estaba convencido. Me gustaban los podcasts, pero no tenía idea si podía hacer uno que valiera la pena, mucho menos si iba a poder vivir de eso.

«Empezar un podcast y, de pronto, escribir». Ese era mi plan de futuro que le expuse a mis papás en diciembre del 2017. Con razón quedaron tan preocupados. Uno sabe que la cosa va mal cuando la parte sólida del plan es hacer un podcast. Súmenle un problema adicional: no había plata para financiar mis caprichos vocacionales. Nunca he sido el heredero que se puede relajar y nunca me ha faltado plata, pero cuando empezó el 2018 y mi futuro profesional estaba comprometido por mi crisis existencial fue cuando sentí por primera vez el peso de unos bolsillos vacíos.

Me devolví a Bogotá sin plan a seguir. Solo tenía una cosa en mi lista de pendientes: ir a la casa de Juan David Aristizábal por un libro que había prometido prestarme. A Juan David lo conocí mandándole un correo en frío. Le escribí de la nada un día y le conté que tenía el sueño de empezar un podcast sobre la gente que disfruta su trabajo, o por lo menos que no lo experimenta como la tortura que yo sentí esa vez que trabajé medio tiempo. Le dije, algo atrevido, que yo estaba seguro que él me iba a querer ayudar, y cerré el correo con la propuesta que no iba a poder rechazar: «nos tomamos un café, nos comemos una hamburguesa, usted manda».

Juan David me contestó con una invitación a su oficina en el CESA. Allá llegué. Conversamos, nos llevamos bien, le conté de mi crisis, de mi idea del podcast, de que me iba de vacaciones a Medellín y que iba a tener que contarles a mis papás que lo mío no era el derecho. «Creo que tengo un libro que te puede servir, veámonos en enero y te lo presto».

Esta vez me citó a su apartamento. Allá llegué. Me entregó el libro (Passion & Purpose, malísimo), pero lo más importante fue lo que me preguntó: «¿qué vas a hacer ahora?» (hoy sé que esa es la manera sutil como Juan David despacha a sus invitados, en el momento no tenía idea). Le contesté que quería terminar unos textos que estaba escribiendo. Le dije que tenía un problema, que empezaba varios textos —una especie de crónicas y observaciones— pero que no lograba terminar ninguno. «Tenes que terminarlos», me dijo, «y cuando tengas alguno listo, mándamelo y si queres yo te doy feedback». Me comprometí a hacerlo y esa misma tarde terminé un texto y se lo envié.

«Yo creo que tu tienes talento para esto», me dijo, entre otras sugerencias específicas que hoy ya olvidé y que al lado de esa frase no importan nada.

Desde entonces me he creído con talento. Y más importante: he constatado, una y otra vez, que las mejores cosas suceden —como esa vez que le mande el texto a Juan David— cuando uno se compromete a hacer algo y luego ¡lo hace! Desde entonces Juan David ha hecho muchas cosas para ayudarme —por ejemplo, me abrió las puertas en el CESA, para cuya revista de liderazgo he escrito algunos de los textos de los que más orgulloso me siento—, pero nada tan importante como esas ocho palabras: yo creo que tú tienes talento para esto.

Eso fue en 2018. Desde entonces me he dedicado, aparte de unos deslices, a la misma actividad: comprometerme a escribir algo y luego escribirlo. He escrito más de 60 guiones para 13%, el podcast sobre trabajo y carrera profesional que empecé con mi socio y amigo Nicolás Pinzón. He escrito cientos de miles de palabras sobre el trabajo humano, el liderazgo, y las historias de algunos de los líderes más importantes de nuestro tiempo y de la historia universal.

Luego de seis años de educación formal (empecé dos carreras antes de derecho), me vi obligado a auto educarme. Luego de años de forzarme a leer documentos jurídicos que nunca entendí, me he dedicado a leer libros que me interesan con el afán del que sabe que perdió muchos años de lectura (por eso leo en promedio 50 libros al año, cantidad que no me enorgullece pero que el afán no me permite reducir). Pueden recibir cada mes mi newsletter de libros recomendados.

Como buen emprendedor, me he educado también a tropezones. El resultado son dos productos que, luego de mil iteraciones, son suficientemente buenos como para mostrárselos: uno es nuestro curso Mentalidad 13%, sobre los principios para trabajar mejor y disfrutar lo que se hace, y el otro es la conferencia que damos en empresas sobre lo aprendido sobre el trabajo humano.

Dicen que para ser maestro de una disciplina se requieren 10.000 horas. Yo calculo que hasta el momento he dedicado 4.000 horas a escribir. Me faltan 6.000, y tengo un plan para disfrutármelas. Voy a enviar todos los jueves en la mañana un newsletter con un mini ensayo de mis observaciones y aprendizajes alrededor del trabajo humano, la creatividad, la vida en sociedad, la historia, entre otros temas que me interesan. Además, voy a sumarle una ñapa: una recomendación de libros, artículos, documentales, películas, etc. Pueden suscribirse a mi newsletter Uno a 1 para recibirlo todos los jueves en sus bandejas de entrada o directo a su Whatsapp.

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