Uno a 1 con Andrés Acevedo
Cada jueves en la mañana envío un newsletter que contiene un mini ensayo sobre mis aprendizajes y ocurrencias (me interesa la creatividad, el trabajo humano, los libros, la política y las tensiones de la vida en sociedad) más una recomendación (libro/artículo/película/frase para considerar).
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Ediciones anteriores:
Relato de dos CEO
Una de las primeras entrevistas que hice fue a un CEO de una gran empresa colombiana. La más importante en su industria. El tipo me cayó pésimo. No diré su nombre. La entrevista más reciente que hice fue a un CEO de una gran empresa colombiana. Tal vez una de las cinco empresas más grandes del país. El tipo me cayó extremadamente bien. Se llama Jose Alberto Vélez, el icónico CEO de Grupo Argos (esperen pronto su episodio en Atemporal). La gente se la pasa buscando patrones comunes entre exitosos, un poco bajo la idea (en la que creo parcialmente) de que todo logro humano tiene el potencial de ser emulado. Desafortunadamente para los buscadores
Más vaca que león
¿Cómo saben ustedes que necesitan un descanso? Yo me doy cuenta cuando no soy capaz de parar de abrir pestañas en el explorador para meterme a Twitter o a Gmail. Cuando no logro pasar más de diez minutos en Word sin caer en la tentación de ver qué hay de nuevo en las redes sociales. Esa inquietud incontrolable de los dedos, esa mente excesivamente distraída, es para mí un síntoma de que llegó la hora de vacacionar. Como mis vacaciones son irregulares —no es como que yo sepa que en agosto voy a tener vacaciones—, tengo que estar alerta a estos síntomas de cansancio. La fatiga es indicativa que ha terminado un ciclo de sprint.
Culpa católica y ley de Parkinson
En los primeros semestres de la universidad organizábamos unos grupos de estudio enormes. Nos íbamos para el comedor de una amiga —uno de esos comedores amplios de antes— y copábamos todas las sillas. Once o doce personas estudiando al tiempo. Nunca he hecho parte de algo más ineficiente. A diez minutos de estudio le sucedían cincuenta minutos de chisme universitario. La dinámica se alargaba hasta las dos, tres de la mañana. Amanecíamos en ese comedor para darnos cuenta que habíamos vegetado doce horas y estudiado, en total, no más de dos. A unos les encantaba el plan. Yo lo odiaba. Siempre me imaginé que estudiar derecho iba a ser difícil, pero nunca que éramos nosotros
Mentes atareadas
Hay gente que cree que si tan solo el día tuviera más horas, ellos podrían hacer todo lo que tienen que hacer. Esto, por supuesto, es absurdo. De nada sirve tener 36 horas disponibles si uno opera en un enredo mental que impide lograr cualquier cosa. Gracias a que un buen amigo me heredó su biblioteca de cuando era banquero (hoy es historiador), me leí uno de esos libros famosos de productividad que creo que nunca habría comprado. Se llama Getting Things Done de David Allen y me pareció esclarecedor. Allen tiene todo un sistema de productividad armado, pero lo que me pareció realmente importante es el principio detrás: todo es acerca de liberar espacio
Productores de azúcar
En enero decidí borrar redes sociales de mi celular. De lejos la mejor decisión en lo que va del año. Todavía las reviso esporádicamente en el computador (twitter más de lo que me gustaría, instagram cada vez menos), pero he vuelto a sentir la libertad de coger el celular para escribir por whatsapp y no perderme 25 minutos porque el rosado de la aplicación de Instagram me secuestró la atención. Mi desencanto con las redes sociales empezó cuando Instagram quiso volverse Tik-tok y empezó a tenerle sin cuidado todo lo que uno posteara que no fuera video. Hasta ese momento habíamos llevado la cuenta de 13% de 0 a 24 mil seguidores, sin subir casi
Leer mucho
La semana pasada escribí sobre analfabetismo funcional, la idea de que muchos en la universidad sabíamos recitar lo necesario para tener buenas calificaciones pero en el fondo no lo entendíamos. Me preguntó alguien en twitter si eso quería decir que había cambiado de opinión pues en algún podcast dije que mi filosofía con la lectura era leer mucho sin importar que uno no lo entendiera todo. Pensé contestar con el clásico «no tengo porque dar explicaciones sobre mis posiciones contradictorias, contengo multitudes, puedo citar a Whitman sin haberlo leído…», pero luego caí en la cuenta de que son dos temas aparte. Una cosa es leer mucho para agarrar lo necesario para pasar una materia —analfabetismo
Analfabetismo funcional
En la universidad, la gente tenía la impresión de que yo alcanzaba a leer todo lo que nos asignaban. Tenía compañeros que vivían impresionados con que yo hubiera acabado las tres lecturas asignadas para la clase de derecho constitucional cuando ellos a duras penas habían terminado la primera. Lo cierto es que leía mal. Escaneaba rápidamente y no me preocupaba mucho si llevaba perdido los últimos cinco párrafos, pues asumía que no era tan importante (muchas veces no lo era). Un amigo, que era muy vago, me dijo que no tenía sentido siquiera intentar leer porque para uno leer bien esos textos necesitaba «al menos 2-3 horas». El tiempo simplemente no daba. En ese momento
Mi filosofía de productividad y las reuniones en las mañanas
Siempre he pensado que para mí sería muy difícil trabajar en una empresa. La sola idea de tener una reunión el lunes a primera hora me parece espantosa. Y es que va en contra de mi filosofía de productividad. Mi filosofía de productividad parte de mi entendimiento de que el trabajo humano es acerca de energía que se invierte, no del tiempo que transcurre. Visto así, la productividad tiene que orbitar alrededor de una obsesión: usar la energía de la manera más óptima posible. ¿Una manera subóptima de usar la energía? Estar atrapado en una reunión en las horas en las que uno tiene mayor capacidad de concentración. Para la mayoría de personas —sin duda
Soy esclavo de este newsletter
Mi amiga Christine se va a molestar cuando le diga que me dejó el avión. Según ella, perdí el avión, no me dejó. Con el lenguaje, dice, también somos expertos en victimizarnos. En todo caso me dejó el avión, y aquí estoy, en un aeropuerto a medio cerrar, al que le quedamos en total diez personas y solo la mitad preferimos estar acá adentro, encerrados. «Tómale una foto a ese letrero y escribes sobre la perspectiva: de cómo unos solo ven el letrero de De Lolita, mientras que otros ven el atardecer». Esa fue la sugerencia. La idea no es mala, pero este newsletter es mío. Y yo soy su esclavo. Por eso no escribo
Los primeros 100 días en un trabajo
Es a Franklin Delano Roosevelt (FDR) a quien debemos la idea de los primeros cien días. Cuando FDR llegó a la presidencia, Estados Unidos atravesaba la Gran Depresión. «El pulso de la nación», escribe la historiadora Doris Kearns Goodwin, «escasamente podía detectarse». Un cuarto de la fuerza laboral estaba sin trabajo, millones de personas habían perdido sus ahorros, y más de dos millones de desempleados abordaban trenes de mercancías en la busca —inútil— de una oportunidad de trabajar. El presidente Herbert Hoover había intentado frenar la epidemia de desesperanza y había fracasado. Había, casi, claudicado. «Estamos al final de nuestra pita», dicen que le dijo a su secretaria, «no hay nada más que podamos hacer».
Virtudes que conmueven
De las cuatro virtudes estoicas de las que escribe Ryan Holiday, el coraje es la única conmovedora. La templanza, la sabiduría, y la justicia son virtudes que uno admira en quien las practica, pero no necesariamente virtudes que conmueven. Hay un género de video que me encharca los ojos. No tiene nombre, ni creo que haya alguien más que lo reconozca como género, pero son los videos en los que hay algún tipo de solidaridad entre extraños. Los vecinos que levantan un carro para rescatar un niño atrapado, los violinistas tocando mientras el Titanic se hunde, esa escena memorable de Casablanca en la que tocan la Marsellesa para desafiar a los nazis. Los fanáticos del
Gente encerrada
La diferencia más dramática entre Bogotá y Madrid ocurre los domingos a las seis de la tarde. No voy a decir qué hace la gente de Bogotá a esa hora, pues todo el mundo tiene derecho a lidiar en su intimidad con la neurosis de domingo. Pero sí diré lo que pasa con la ciudad: se vacía. Todo el mundo se encierra en sus apartamentos y las calles alcanzan su máxima atmósfera apocalíptica. Da miedo caminar en Bogotá un domingo a las seis. En Madrid pasa exactamente lo opuesto: domingo a las seis es la hora pico. En Madrid siempre hay multitudes, pero el gentío a esa hora es extraordinario. No hay un punto en
Masticar feedback
Históricamente, he tenido dos reacciones ante el feedback. La primera es incomodidad. La segunda es rabia. Esta última me posee sobre todo en twitter cuando algún anónimo, que generalmente no tiene criterio sobre el tema que me está corrigiendo, me indica el camino a seguir no sin antes restregarme con una buena dosis de odio. Pero no quiero perder esta oportunidad desahogándome de los expertos de todo, experimentados en nada, que pueblan esa red social. Prefiero hablar del primer tipo de feedback, el que incomoda. Hoy en día puedo decir que a la hora de crecer profesionalmente hay pocas cosas tan importantes como el feedback. Cuando uno está empezando su vida profesional dice lo mismo,
Falta de aguante
En Hungría trabajé en un viñedo. Era de una pareja de raros y curiosos: Aaron, que era británico y parecía un pirata, y Karina, que había nacido en Latvia y tenía un aire como de la bruja de Narnia, pero más benevolente. Cuando cuento esto, la gente se imagina que yo recogía uvas para hacer el vino. Se equivocan. El trabajo en el viñedo nunca es recoger las uvas. Eso no es trabajo, eso es recompensa. El trabajo en el viñedo es más cercano a labor, a hacer algo trabajoso. Y cada actividad laboriosa depende, naturalmente, de la temporada. Yo llegué en pleno verano, cuando ya los racimos se habían formado y lo único que
Ese libro pudo haber sido un blog
Cuando uno se está sintiendo cansón, es probable que los demás apenas le estén empezando a poner atención. Los publicistas dicen que la publicidad desgasta hacia adentro, pero no hacia afuera. En otras palabras, que el mensaje desgasta al portador, pero no al destinatario. Y aun así uno siente que ya debería cambiar el discurso, darle frescura, así como los genios que quitaron los murales del Corral, cuando el resto ya nos habíamos enamorado. Uno es malo para juzgar si su mensaje está trillado porque juzga con ojos cansados. Los que mantienen el mensaje salen premiados. Comunicar, visto así, es un juego de insistir. No en vano Coca-Cola ha hecho de sus comerciales navideños la
La visibilidad de los CEO
Los empresarios colombianos están en guerra. Y la van perdiendo. No es una guerra por la rentabilidad ni por el talento. Es una guerra por la narrativa. Durante años, periodistas y políticos han dictado la narrativa de Colombia. Ellos han sido los más vocales y los más presentes en los celulares de los votantes. Y mientras tanto, el empresario colombiano —tímido y pudoroso— ha visto desde el rincón oscuro como lo encasillan como el villano. Hay que pensar en lo absurdo de la situación de Medellín: décadas de sudor construyeron al GEA, que hoy está asediado por un par de trinos y stunts publicitarios del Jefe Mayor de Propaganda de Medellín, o sea del alcalde