Ya varios han tratado la pregunta de cómo empezar. Me interesa otra pregunta, la de cómo no echarse para atrás. Lo verdaderamente crucial —lo sabe todo el que ha transitado «la vida elegida» (como dice Juliana González)— no es tanto decidirse a empezar como aprender a mantenerse.
El entusiasmo inicial es una cosa verdaderamente mágica. Y, como toda magia, es fugaz. La directora de mercadeo de la cadena de hoteles renuncia para perseguir su sueño de reformar la rancia burocracia estatal y siente el mismo corrientazo de adrenalina que el inversionista que abandona el Excel para ocupar la variante de director de mercadeo de una cadena de hoteles. Ambos se han bañado en los jugos de su propia reacción química. Ambos creen que esa sensación no se va a acabar. Ambos se convencen de que pueden con todo lo que la vida les tire. El problema es que lo que la vida les tira es la realidad, que es pesada como solo ella sabe serlo, y muy pronto el exinversionista y la exmercadologa están deslizándose por la espiral del desentusiasmo.
El anhelo de hacer es bastante humano y se manifiesta tanto en las décimas que escribe el último romántico en su desvelo de despecho como en las reuniones de café que pretenden incubar nuevos proyectos como en el nuevo puesto de trabajo desde el que se pretende transformar una organización. Cuando empezamos 13% en el año 2018 —en una de esas reuniones de café— Nicolás y yo teníamos la gran ventaja de que estábamos ansiosos por crear. Luego de una vida de cumplidores queríamos hacer algo por iniciativa nuestra y no porque fuera algo que tocaba hacer. Pero hoy pienso que fuimos negligentes con ese anhelo: nos demoramos siete meses en empezar a concretarlo.
Durante esos siete meses mantuvimos la ilusión de crear 13%, pero hicimos poco para materializarla. Desde enero hasta agosto (cuando por fin lanzamos) estuvimos investigando. Ahora, un podcastero de amor propio les dirá que todo es abundancia y que el universo es sabiduría, pero la urgencia de empezar a hacer es real porque el capital de coraje es escaso y dejarlo a la interperie siete meses con sus días y sus noches es un acto de la mayor negligencia. Antes de que pase mucho tiempo, uno debería esforzarse por materializar el empujón inicial en algo más que un documento de google docs.
Aclaro: investigar es importante, prepararse es importante. El que improvisa sin criterio es menos efectivo que el que actúa premeditadamente. Pero la manera de afianzar el entusiasmo en un proyecto no es investigando, sino haciendo. La investigación como precursora de la acción es valiosa, pero también es un peligro porque es la manera perfecta de autoengañarse con que se está avanzando cuando no es así.
Quizás lo que nos mantuvo firmes a Nicolás y a mí es que éramos dos. Había, implícita, una rendición de cuentas mutua. No es lo mismo tirar la toalla cuando nadie está mirando que cuando otro compatriota está metido también en el sauna. En todo caso, si hoy pudiera aconsejar al Andrés de entonces le diría que la investigación es importante pero que la acción es crucial. Que ese entusiasmo no dura toda la vida y que más le vale someterse más pronto que tarde a la burla de los demás —también a su validación—, si es que no quiere que todo aquello terminé, como la mayoría de proyectos, en una idea más que no ve la luz sino que reposa, en perpetuo olvido, en las cavernas del subconsciente.