Mucha gente quisiera empezar un proyecto. Y no importa si lo que se deciden es a armar un negocio en su tiempo libre, lanzarse como Concejal, o inaugurar una carrera como artista. A todos los suele detener lo mismo: se les acaba la gasolina a mitad de camino.
¿Por qué la gente se desentusiasma de sus proyectos? Porque, aunque se mueven mucho, no hacen lo suficiente.
No es fácil diferenciar entre hacer y moverse, pero intentemóslo: el movimiento, aunque altera el mundo, no desencadena en nuevas oportunidades. El hacer sí.
Al burócrata soviético que le ordenan tumbar un muro le vienen a la mente dos trayectorias posibles: la primera es consultar a un experto; la segunda es dejarse de bobadas, pararse de la silla, remangarse la camisa, y ponerse a empujar el muro. Naturalmente el burócrata, que asocia acción con esfuerzo físico (como casi todos nosotros), procede con el segundo curso de acción. Al verlo sudoroso, y con las manos ya talladas, al supervisor se le escapa una tímida sonrisa de orgullo y se devuelve a su oficina con la tranquilidad de que Bratislav está cumpliendo con su labor. Si en cambio el supervisor sorprende al burócrata sentado en una silla ergonómica comunista de finales de siglo XX, bajo el auspicio del aire acondicionado (es verano en la Rusia que estoy imaginando), y reunido someramente con un experto en explosivos, no podrá concluir otra cosa sino que ese burócrata en particular ya ha hecho méritos para su tiquete de tren, solo ida, a Siberia.
Al cabo de unos meses, el burócrata empecinado ha empujado de sol a sol un muro que no quiere ceder. Ha sudado mucho pero no tiene resultados para mostrar. Cada vez es más frecuente que suban a su mente fogonazos de la vieja Siberia y del invierno que, parece, va a tener que pasar por esos lados. En ese momento el burócrata condenado anhelará haber tomado la ruta alternativa de acción, la que parecía impropia de un hombre de acción, y todavía más impropia de un hombre soviético de acción, pero la ruta, finalmente, que habría logrado el cometido. Podemos imaginarla fácilmente: el burócrata consulta con el experto; este le advierte que ni el más fuerte de los funcionarios rusos podría derribar aquel muro y le sugiere, más bien, hacerse con una paca de dinamita; el burócrata llena los formularios para pedir la autorización para solicitar los 500 gramos de TNT; la solicitud es aprobada; el permiso es dado; se llenan nuevos formularios; finalmente al burócrata le es enviado el último formulario para solicitar la autorización de procuramiento de un técnico de explosivos; llena el formulario con la agilidad manual que solo puede tener un burócrata verdaderamente comprometido; la explosión finalmente ocurre y da por culminado el trabajo del burócrata, que ha aplazado, una vez más, su exilio siberario.
Suele ser el caso que el que empieza un proyecto nuevo, sobre todo si es la primera vez que hace algo por iniciativa propia, se dedica a moverse mucho pero no a hacer. El empresario novato se siente orgulloso al ver la elegante página web que le tomó dos meses diseñar, pero resulta que su idea era exportar aguacate hass y ya cuando se dispone a averiguar los precios de la tierra le entra un aire de desentusiasmo que lo paraliza. El coraje que acumuló durante toda una vida se lo gastó diseñando una página web.
El coraje es, en realidad, una cosa lo más de frágil. Se requiere del coraje acumulado durante toda una vida para aventurarse en territorio inexplorado y, mal gastado, puede agotarse en un par de meses. Por eso la obsesión apenas se entra a la jungla es siempre a buscar las fuentes de agua. En este caso las fuentes de coraje. ¿Cómo se renueva el coraje? Sintiendo que se está progresando. Una validación que solo se obtiene como resultado de la acción, no del movimiento.
Este es un asunto complicado porque no hay actividades que por sí mismas constituyan acción. Hay actividades que mientras para unos suponen hacer, para otros son apenas movimiento. Para el pescador deportivo tirar de la vara es parte de un proceso interminable que pertenece al reino de su ocio. Pero para el que sueña con montar una pescadería esa misma actividad bien puede ser la primera acción crucial en una larga (pero no interminable) cadena de acciones constructivas.
A la política que se quemó en campaña y quiere migrar al mundo corporativo le conviene reunirse con la mayor cantidad de ejecutivos del mundo petrolero, pero el aspirante a escritor no necesita tomarse más cafés con desconocidos, sino ponerse a escribir. Lo que para la una es la siguiente acción crucial para el otro es movimiento, una pérdida de tiempo que le calma la ansiedad pero que no le ayuda a avanzar.
¿Cuál es mi siguiente acción crucial? Esa, creo, es la pregunta que hay que plantearse, una y otra vez, especialmente en la aventura a lo desconocido.
Esta es una teoría en construcción y es la mejor explicación que atino a ofrecer por el momento. La acción crucial es la que produce más opciones a futuro y que persigue una dirección pretendida. Imaginen un árbol de toma de decisión. Cada acción abre nuevas ramas de posible acción, pero esas ramas deben apuntar siempre hacia el sol, deben buscarlo. De lo contrario se vuelven sobre sí y terminan volviéndose maleza.
Y no hay cosa más efectiva para atraparlo a uno dentro de la selva que la bendita maleza.