En la universidad, la gente tenía la impresión de que yo alcanzaba a leer todo lo que nos asignaban. Tenía compañeros que vivían impresionados con que yo hubiera acabado las tres lecturas asignadas para la clase de derecho constitucional cuando ellos a duras penas habían terminado la primera. Lo cierto es que leía mal. Escaneaba rápidamente y no me preocupaba mucho si llevaba perdido los últimos cinco párrafos, pues asumía que no era tan importante (muchas veces no lo era).
Un amigo, que era muy vago, me dijo que no tenía sentido siquiera intentar leer porque para uno leer bien esos textos necesitaba «al menos 2-3 horas». El tiempo simplemente no daba. En ese momento pensé que era una manera de justificar su vagancia —probablemente lo era— pero hoy me parece que tenía razón. La carga de lecturas de esa carrera a cualquier adulto sensato le habría parecido un exceso y un despropósito, pues la idea que entre más pesaba el paquete de fotocopias más íbamos a aprender es una tontería.
Hoy pienso que habría sido mejor idea leer una buena lectura, con calma, en vez de pasar los ojos por encima de tres textos. El sistema está pensado para que uno no aprenda. Y aun así no me iba nada mal (aunque hay que decir que en derecho en mi universidad había que esforzarse para que a uno le fuera mal). Sabía lo que había que poner en el examen y lo que había que responder en la clase, pero esas frases que yo elocuentemente articulaba en mi cabeza no significaban nada. Luego de leer esa cantidad absurda de textos, no era capaz de proyectar en el cine de mi mente ninguna película, no sabía aterrizar esas frases a situaciones reales.
Hoy pienso que en derecho yo recitaba mucho pero no aprendía nada.
No soy el único al que le ha sucedido eso. De hecho pensé en mi experiencia universitaria luego de leer una entrevista que le hicieron a Nicanor Restrepo, en la que se mostraba preocupado por el «analfabetismo funcional» de muchos estudiantes que «llegan al Bachillerato con unas buenas calificaciones pero no entienden el texto que están leyendo».
Analfabetismo funcional. Eso es exactamente lo que sufrí en mis años de estudiante de derecho. Me parece que el analfabetismo funcional es peor que el analfabetismo disfuncional porque al menos este último es sincero. El analfabetismo funcional es ignorancia que se esconde, que se camufla en un estudiante que levanta la mano para hacer un «aporte» a la clase, es decir, para recitar lo que sabe que el profesor quiere escuchar. La respuesta correcta sale de la boca, pero proviene de una mente que no la comprende.
El analfabetismo funcional es un peligro precisamente porque funciona. A diferencia del disfuncional, allí parece que no hay nada que se debe remediar, y mientras tanto esta sociedad se llena de gente que sabe jugarle al sistema pero no sabe nada en realidad. Con la plaga del analfabetismo funcional proliferan los individuos que aparentan entender, pero que en el fondo no tienen ni idea.
Recomendación de la semana
Película: Air
Extraordinaria película sobre el negocio entre Michael Jordan y Nike. Mucho se podrá decir sobre los gringos, pero su capacidad de meterle drama y storytelling hasta a un acuerdo comercial es fuera de este mundo.