En una entrevista reciente, un empresario me contó de una fábrica que tenía en Venezuela y que generaba buena parte de los ingresos de su compañía. Con la debacle venezolana, la fábrica dejó de operar. Por más que intentó salvarla, nada sirvió contra la corriente chavista ante la cual cualquier esfuerzo humano ha sido —hasta el momento— inútil. Los meses de remar contracorriente frustraron al empresario. Estaba viendo sus ingresos esfumarse y nada de lo que hacía servía para taponar el desangre. Un día tuvo un cambio de perspectiva. Sentó a su equipo y les dijo: «si en vez de poner nuestra atención en cómo salvar esto nos hubiéramos concentrado en nuevas oportunidades, estoy seguro que ya habríamos doblado lo que producíamos en Venezuela».
«El secreto de la brujería», me contó, «es que a lo que uno le pone atención crece». Esto es fácil de identificar cuando juega en contra: se la pasa uno pensando en lo injusta que es la vida y más injusta se pone la vida. Pero también juega a favor: fije la atención en un tema que lo inquieta, un problema que le ha costado resolver, y vea como surge —como si fuera magia— la solución.
Parece brujería, pero es cuestión de atención. Es como cuando la primera amiga queda embarazada y de repente las calles se llenan de embarazadas. No es una súbita ocupación callejera del gremio de embarazadas: es simplemente que las puertas de la percepción se abrieron unos centímetros y les dieron cabida.
La explicación terrenal es que la cantidad de información que llega al cerebro a cada instante es inmensa, intratable. Naturalmente, para no colapsar y no desmayar a su dueño en plena fila de Carulla, el cerebro filtra esa información; presta atención a un ínfimo puñado de esas señales y busca, entre el folclor cotidiano de estímulos, a la embarazada en la fila.
Pero que tenga una explicación no le quita lo mágico. La manera en la que atender a un asunto particular hace que aparezcan soluciones de la nada le da a uno la impresión de que el mundo es paranormal. Tan es así que casi nunca se encuentran palabras precisas para explicarlo y la gente se ve forzada a recurrir a vaguedades como que la vida le envió señales o que el universo le está hablando.
El reto con el asunto de la atención es que es difícil desfijarla de lo familiar. De la fábrica en Venezuela a la que tanto sudor se le metió y que dio tantos frutos durante tantos años. La atención tiene una manera de fijarse, de volverse un paradigma. Al empresario le quedaba muy difícil imaginar un mundo en el que su fábrica venezolana no fuera central a su negocio. Yo, por ejemplo, he asumido que está tallado en mármol que mis únicos clientes posibles son mis oyentes y lectores, y por andar mirándolos no he podido empezar a ver otros clientes.
Superar esos paradigmas, redireccionar la atención, abrir las puertas de la percepción, no es tarea fácil. Implica, en cierto sentido, dejar de ser uno; mudar de pelaje, como las serpientes.
Pero hay que hacerlo: no vaya a ser que se quede uno fijado —atrapado— por los mismos problemas de siempre.
Recomendación de la semana
Poema: If por Rudyard Kipling
If you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you;
If you can trust yourself when all men doubt you,
But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
Or, being lied about, don’t deal in lies,
Or, being hated, don’t give way to hating,
And yet don’t look too good, nor talk too wise;
If you can dream—and not make dreams your master;
If you can think—and not make thoughts your aim;
If you can meet with triumph and disaster
And treat those two impostors just the same;
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to broken,
And stoop and build ’em up with wornout tools;
If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: “Hold on”;
If you can talk with crowds and keep your virtue,
Or walk with kings—nor lose the common touch;
If neither foes nor loving friends can hurt you;
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds’ worth of distance run—
Yours is the Earth and everything that’s in it,
And—which is more—you’ll be a Man, my son!