Hace varios años me reuní, en el ático de un restaurante español, con un sensei de la radio. El señor, ya en edad madura, se había cruzado con nuestro podcast (13%) y le veía mucho potencial. Me contó de su trayectoria impecable —de la que nunca dudé— y me nombró tantos periodistas importantes que me generó la impresión de que el periodismo colombiano orbitaba alrededor del señor que comía patatas bravas enfrente mío.
El señor tenía un plan para hacer de 13% uno de los hits del mundo digital. No recuerdo las condiciones de ese plan que nunca ejecutamos, pero sí una sugerencia en particular: que pusiéramos una música de fondo —«que acompañara»— durante todo el episodio. Es decir, que volviéramos nuestro podcast un programa de radio.
Como el precio a pagar por publicar en internet es recibir consejos no solicitados, en estos años he recibido sugerencias como la que entonces hizo el señor. La más frecuente se origina en que el podcast (Atemporal) es demasiado largo. «Muy bueno, pero demasiado largo» es el típico comentario. Algunos van más allá y anticipan que si uno contara con el rigor del editor —y redujera, no sé, una conversación de dos horas a cuarenta y siete minutos— el producto sería más exitoso.
Lo dudo.
Esas dos sugerencias —ponerle música de fondo y recortar la grabación para mostrar solo los mejores momentos— serán validas en radio y televisión pero creo que desconocen la razón por la que la gente disfruta de los podcasts de conversaciones largas.
Creo que esa idea de ponerle música de fondo es la mejor manera de lograr que el podcast suene genérico y que no se sienta íntimo. Mi teoría es que gran parte de lo que la gente aprecia de un podcast de conversación larga es acceder a una conversación a la que no tendría acceso. Colarse, de alguna manera, en la intimidad de otros dos. La música de fondo rompe ese artificio.
La idea de recortar y dejar solo los mejores momentos suena bien, pero falla en su lógica. Un texto sin editar es una oportunidad perdida, pero lo mismo no aplica para una conversación. Porque la conversación no es acerca de los mejores momentos. La conversación es acerca de llegar a ellos. Del recorrido. De arribar, eventualmente, a momentos exquisitos, pero cuya exquisitez solo puede apreciarse si hubo un calentamiento previo. Los picos requieren de los valles, por así decirlo.
El que quiera hacer un podcast genérico ahí tiene dos ideas muy buenas que, si las mezcla, seguro logran ese cometido. Suena a burla la sugerencia pero no crean: hay gente que lo daría todo por descubrir la fórmula del algoritmo y venderse a él, así el precio a pagar sea, como dice Nick Cave, perder la batalla por el alma del mundo.
Pienso en los podcasts que me gustan y es como si fueran casas. Cada una con una decoración y unas reglas que han sido ponderadas y puestas ahí de manera deliberada por un dueño considerado. Los podcasts que no me gustan son apartamentos modernos, todos idénticos, y que aún cuando entran en ellos las celebridades más provocadoras se puede sentir que lo que sucede ahí carece de brillo verdadero.