Tengo una máxima en la vida que suena irresponsable: «la mayoría de los problemas se resuelven solos». Hace unos meses mi hermana me contó que lo había intentado y que, en efecto, los problemas cuando se los deja en paz tienden a resolverse. Esta idea choca con nuestra cultura, que premia al gerente que «está encima de los problemas», y cree negligente al que busca aislarse de ellos. Lo ideal en nuestra cultura es anticiparse; cortar las situaciones de raíz, un poco al estilo de Javert en Los miserables (la película, el libro no lo he leído) que acaba con la revolución antes de la tercera noche.
Es un experimento que les recomiendo: pongan el celular en modo avión toda una mañana. Apuesto a que al final del día tendrán, al menos, una conversación en la que hay, primero, un problema con su respectiva petición de intervenir y, segundo, el parte de tranquilidad de que ya todo está resuelto. «Let the fires burn», recomienda Reid Hoffman a los estartaperos, que viven bajo la máxima de que la mayoría de los problemas de una startup se solucionan creciendo la empresa.
Esto que estoy diciendo es contraintuitivo. Además desatender los problemas genera un malestar singular, una impaciencia mental que es difícil de acallar. Pero andar resolviendo todo a medida que surge puede terminar siendo una negligencia mayor. Primero porque camufla la reactividad como si fuera efectividad y segundo porque mina la capacidad de acertar en las decisiones. Jeff Bezos ha insistido en la importancia de no tomar más de un puñado de decisiones en el día y de hacerlo solo hasta cierta hora. Y ese es un señor que si quisiera podría encontrarse todos los problemas del mundo.
Aparte de que muchos de los problemas se esfuman por sí solos (o los atiende alguien en mejor posición para hacerlo), convivir con problemas tiene una cosa positiva y es que desarrollan la capacidad de soportar el malestar.
Y esa capacidad de tolerar el malestar es clave —ahí sí— para lidiar con los problemas importantes. Un libro que me marcó mucho fue La década definitiva sobre la importancia de los 20. Lo escribió Meg Jay, psicóloga, y entre otras cosas decía que uno de los problemas más comunes que ella veía en sus pacientes era que no eran capaces de convivir con emociones difíciles. Lo primero que hace un veinteañero cuando se frustra con su jefe es llamar a su mamá o a un amigo y desahogarse. Apenas siente la emoción, busca soltarla. En vez de examinar la emoción, el joven la exorciza. El resultado de esto, dice Jay, es que la persona termina acondicionándose a que todo malestar interior es señal de una situación de la que se debe huir.
El problema es evidente. Todo lo que vale la pena en la vida toma tiempo y trabajo. Constancia. Y, sobre todo, mucho aguante. Una convivencia prolongada con el malestar interno. Y si lo único que uno sabe hacer con lo indeseable es expulsarlo a como dé lugar, dejar de sentir cosas malucas sin importar el precio a pagar, entonces uno siempre va a terminar renunciando a lo que es verdaderamente valioso.
Las pocas veces que he tomado decisiones que sé que no me convienen, que me resuelven un tema de corto plazo pero no llevan a nada, ha sido por no ser capaz de mantener la tensión. Por no aguantarme una vuelta más en el baile con la incertidumbre.
Recomendación de la semana
Pelicula: Los miserables
De mis películas preferidas. No me canso de verla.
¿Quién ha leído el libro? ¿Me lo recomiendan?