En Hungría trabajé en un viñedo. Era de una pareja de raros y curiosos: Aaron, que era británico y parecía un pirata, y Karina, que había nacido en Latvia y tenía un aire como de la bruja de Narnia, pero más benevolente. Cuando cuento esto, la gente se imagina que yo recogía uvas para hacer el vino. Se equivocan. El trabajo en el viñedo nunca es recoger las uvas. Eso no es trabajo, eso es recompensa.
El trabajo en el viñedo es más cercano a labor, a hacer algo trabajoso. Y cada actividad laboriosa depende, naturalmente, de la temporada. Yo llegué en pleno verano, cuando ya los racimos se habían formado y lo único que quedaba por hacer era esperar a cosecharlos. Ah, y deshojar. Eso también había que hacer: deshojar y deshojar.
Ahora: no sé cuantos de ustedes han deshojado viña tras viña bajo el sol de agosto de Hungría, pero déjenme decirles que eso es trabajo duro. Yo, que me creía de buena condición física, que era de los que no tomaba agua después de los partidos de futbol para posar de superior, sufrí la deshojada.
Karina se dio cuenta y un día me lo dijo. «Es que no tienes la stamina para esto». En otras palabras: no das la talla. Yo, proveniente de Colombia, nación de laboriosos incansables, de gentes forjadas entre el polvo del subdesarrollo y el sol del trópico, yo Andrés Acevedo, milennial en el peak de su metabolismo (todavía no cumplía los 25, cuando empieza el declive del cuerpo), juzgado por una señora de Latvia, ¡de Latvia, hágame el favor! por falta de aguante. Inaudito.
Messi en el mundial
El sábado anterior se cumplieron dos meses desde el día más importante de nuestras vidas: la final del mundo. Vimos el mejor partido de futbol de la historia y desde entonces, no podría ser de otra manera, todo es decadencia. Vimos, también, a Messi en su cima. Y es que, para hablar de vino y meter aquí la metáfora obvia, ese sí que añejó bien. En su momento estelar, Messi lo hizo todo de manera magistral. Y lo hizo sin mucho trabajo duro. O al menos trabajo duro como solemos entenderlo.
Busquen un video de Messi caminando la cancha. Cuando todos corren, cuando todos meten, Messi camina. Y mira. Cuando De Paul ya tiene la cara roja y a Mbappe el sudor ya esta cayendo en cascada por los veintisiete pliegues que tiene en la nuca (¿han visto la nuca de Mbappe? Parece como si tuviera a Voldemort escondido ahí detrás), Messi está peinado y no ha pegado el primer pique. Está analizando. Buscando el espacio. Si el futbol fuera su trabajo, diríamos que Messi está buscando el punto de mayor impacto. El punto neurálgico de la cancha donde puede hacer que los últimos 20 minutos hayan sido irrelevantes, nada más que un preámbulo.
Cuando me dijeron que no tenía aguante para ese trabajo duro, me dolió. Era, después de todo, milennial y enérgico (repito: no tenía más de 25). Hoy ya no me molesta. Hay algo de razón en ese cliché que ronda por ahí de asignarle las tareas más difíciles a los trabajadores más perezosos pues sabrán descifrar como hacerlas rápido.
No vaya a ser que uno se la dé a un tipo bien esforzado, que, entre todo ese sudor, no vea el punto neurálgico que tiene en las narices.