Una idea de destino

Las primeras temporadas de Cristiano Ronaldo en el Manchester United fueron muy diferentes a las últimas que tuvo en ese club. Aparte del hecho de que las primeras las vimos por Fox Sports y las narraba el Bambino Pons, está el hecho no menor de que parecen dos jugadores diferentes.

El primer Ronaldo era más bien flaco, no escuálido pero sí tenía uno de esos cuerpos de amateur que uno imagina en la bahía de Copacabana jugando con una pelotica de futsal. Ese primer Ronaldo era entretenimiento puro. Un mago de circo pegado a la banda esperando a que le entregaran el balón. Al primer Cristiano no le preocupaba seguir la jugada sino entretener a la grada. Para el primer Cristiano no existía equipo, solo público. En sus ojos el 90% de la cancha estaba oscura, solo su banda estaba iluminada, ese carril exclusivo que entre más se estrechaba más lo liberaba, que entre más se llenaba de defensas más lo obligaba a recurrir a trucos no ortodoxos, a jugadas nunca antes vistas en las canchas que hasta el momento solo habían sido pisadas por los volantes funcionales que solían reinar en la Inglaterra.

Cristiano circa 2003.

Ese era el Cristiano de antaño, vintage Ronaldo, el que no levantaba la cabeza, el que gambeteaba sin cesar, el que aceleraba sin rumbo ni fin, el que tiraba un centro de rabona y no se interesaba de ver a donde iba a parar el balón sino de asegurarse que la ejecución del movimiento técnico hubiera sido magistral.

El otro Cristiano es el que le mete el gol al Porto desde una distancia que ningún aficionado de las playas de Copacabana se atrevería —ni podría— patear. Este Cristiano ya es musculoso. El pelo enredado se ha asentado, los dientes desordenados se han limado. Las potencialidades del joven Cristiano se han potenciado, cada pizca violenta de talento crudo ha sido amaestrado; la energía radioactiva que otrora estallaba de imprevisto ahora está condensada en la bomba nuclear que solo el que porta la camisa número 7 decide cuando explotar. Es gracias a esto que el nuevo Cristiano puede correr la cancha entera, luego de una hora de partido, ganarle a todos en velocidad y rematar un contraataque con una precisión inusitada. Es en esta etapa que Ronaldo puede clavar los tiros libres en las esquinas de las porterías como si fuera parte de una rutina (luego, increíblemente, perdería toda capacidad de cobrar un tiro libre decente).

Ronaldo circa 2009.

Entre el Cristiano de Copacabana y el Cristiano nuclear claramente ocurrió algo. Y más allá del evidente acondicionamiento físico, yo creo que lo que ahí sucedió fue una verdadera posesión.

Hay un momento del que se habla poco cuando se mira la vida de los grandes personajes. Hay un momento en el que Cristiano deja de regocijarse por ser más talentoso que los demás y se decide a volverse el mejor del mundo. Hay un momento en el que Lyndon Johnson deja de ser un perezoso estudiante de un remoto pueblo de Texas y se vuelve una máquina de trabajo que décadas más tarde ocuparía la oficina más importante del mundo occidental. Hay un momento en que Nicanor Restrepo deja de ser el gerente de una empresa y se encamina a orquestar una forma de hacer empresa y de construir una sociedad. Hay un momento en que Paulo deja de perseguir cristianos y toma el rumbo que lo llevará a convertirse en una de las figuras más importantes de la historia de la humanidad. Hay un momento en el que a un joven con talento —y en algunos casos a un joven con ningún talento visible— lo posee una idea de su propio destino. A partir de ahí todo lo que lo ha antecedido le parecerá nada más que un juego de niños, andanzas de amateur. Lo que sigue tendrá que ser tratado con el mismo rigor que practica quien se sabe elegido.


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Soy Andrés Acevedo (TwitterLinkedin), el escritor detrás del hit cultural 13%, el podcast sobre trabajo y carrera profesional. Más sobre mí aquí.