Cinco libros que definieron mis veintes

Cumplí treinta el sábado y sentí de golpe la nostalgia del fin de la década. De las pocas que tengo para escoger, mis veintes han sido, de lejos, mi década más importante. Fue cuando hice un corte radical con la inercia que iba a determinar mi vida. En mis veintes deseché mi título de abogado, puse a sufrir a mis papás pues ni siquiera escogí un camino alternativo sino que me metí de cabeza en territorio inexplorado, y mandé al reciclaje las toneladas de fotocopias que había leído con desgano durante la carrera y que habían hecho de mí un verdadero analfabeta funcional.

Cuando uno cuenta este tipo de cosas tiende a exagerar para darse más mérito, pero la verdad es que mi foto a los veinticuatro era la de un recién graduado que no quería ser abogado, no tenía ni idea qué ponerse a hacer, y, al no ser heredero, tampoco tenía claro de dónde iba a sacar plata para comer y protegerse de la intemperie.

De todo el género frases motivacionales para saltar al vacío,la única que he conservado —pues en mi caso ha demostrado ser cierta— es el adagio budista que dice que para poder llenar el vaso de una nueva sustancia antes hay que vaciarlo. La vaciada es asustadora. Uno a duras penas ha ido llenando su cantimplora y dejarla regar, en pleno desierto, bajo la promesa de que más adelante aguarda el oasis, no solo se siente como cometer una herejia, sino, a ratos, como si uno hubiera confundido lo osado con lo suicida.

Miro hacia atrás la década que se acaba y constato que el adagio budista es cierto. Uno es incapaz de anticipar de dónde va a salir, pero el agua aparece y uno va llenando la cantimplora, poco a poco.

Otra idea, que creo que no ha quedado impresa en formato de frase motivacional, pero que he comprobado, es que el sufrimiento depura. Como una llovizna gentil que limpia las calles después del carnaval, la escasez le devela a uno su esencia. Renuncié a mucho con esa decisión de no ser abogado, pero eso me permitió despertar cosas que hacían parte de mí y que hasta entonces estaban dormidas. La más importante: la curiosidad genuina. No sabría cómo definirla salvo en sentido negativo: no es curiosidad superficial. No es interesarse por las cosas porque son nuevas y llamativas, y tampoco es afiliarse a un nuevo deporte porque todo el mundo parece estarlo practicando.

A la curiosidad genuina, a mentores que me han sabido iluminar el camino, y a los libros (estas tres cosas están íntimamente ligadas) les debo mucho de lo bueno que me pasó en mis veintes.

En esta ocasión quiero volver sobre los cinco libros que definieron mis veintes. Como van a ver, son libros de la categoría que llamaríamos no ficción. Eso no quiere decir que no haya leído ficción (lo hice) o que no me parezca crucial (me parece). Es solo que los libros que han tenido una incidencia directa en mis veintes han resultado siendo los que tenían vocación práctica. Habrá gente que dirá que el libro que más determinó sus veintes es El Quijote o la Critica de la razón pura, y les creo. Pero me temo que no pertenezco a ese combo, sino tal vez a uno más mundano. Estos son los libros, en el orden en que los leí.

1.       Outliers – Malcolm Gladwell

Con la excepción de la saga de Harry Potter y un par de novelas de detectives que releí fervorosamente durante mi adolescencia, este fue el primer libro que leí de verdad. Fue la primera vez que me detuve lo suficiente en la sucesión de palabras como para entenderlas y no simplemente para escanearlas, como había hecho durante cinco años con las fotocopias de los textos legales que tanto me aburrían (insisto en el tema del analfabetismo funcional). Llegué a Outliers, curiosamente, por recomendación de un profesor de derecho (a quien luego entrevisté en mi podcast y agradecí públicamente por la recomendación).

Me acuerdo que fui a la biblioteca de la universidad dos o tres veces, pero el único ejemplar que tenían nunca estaba disponible (siempre sospeché que lo separaba la misma persona, que se le olvidaba leerlo y renovaba insensiblemente el préstamo, como si yo no tuviera afán de cambiar de vida). Recuerdo la sorpresa cuando finalmente lo tuve ante mis ojos: ¡no era de derecho! Y, además, ¡no era aburrido! Lo siguiente que vino a mi mente fue una pregunta y creo que fue la pregunta que me salvó de ser abogado, «¿Esto se puede hacer?». La decisión de romper la inercia se la debo a Outliers de Gladwell.

2.       Mindset — Carol Dweck

No me acuerdo cómo llegué a este libro, pero me acuerdo sentir por primera vez repulsión al leer algo. Recuerdo sentirme juzgado, como si Dweck hubiera escrito unas frases específicas pensando en herirme. Decía algo así como «las personas con mentalidad fija se contentan con alcanzar un objetivo, la gente de mentalidad de crecimiento no se queda dándose palmaditas en la espalda y sigue trabajando».

Esa repulsión que sentí —lo entiendo hoy—, tenía que ver con que el libro estaba cuestionando una creencia mía que, puesta bajo el reflector, tambaleaba. Mindset de Carol Dweck le tumba a uno la idea de que, simplemente, uno es bueno para ciertas cosas y no para otras —algo que es absurdo creer especialmente en los veintes— y le muestra que todo, todo, se puede aprender. Este libro es un cautionary tale acercadecreerse talentoso y luego, por la ausencia de esfuerzo y práctica, quedarse en promesa. Más allá del tema de las dos mentalidades (fija y de crecimiento), creo que hay un mensaje central que nunca queda explícito en el libro: el aprendizaje constante no es un lujo, es necesario. De ahí extraje uno de los pilares de mis veintes.

3.       The Defining Decade — Meg Jay 

Si hay un libro que tenía probabilidades de ser definitivo en mis veintesera el de la década definitiva, cuyo subtitulo es por qué tus veintes importan y qué hacer al respecto. Me acuerdo que llegué a este libro porque Juan David Aristizábal y yo estábamos con la idea de montar un negocio que conectara personas en sus veintes con retirados. La tesis era que los jóvenes tenían energía pero confusión de cómo aprovecharla, mientras que los seniors tenían la sabiduría de la experiencia pero les hacía falta compañía. Conectarlos a unos con otros nos parecía un gana gana (todavía creo que alguien debería montar algo alrededor de eso). Quedamos que Juan David iba a estudiar a los viejos y yo a los jóvenes, y por eso llegué a este libro de Meg Jay.

Meg Jay es psicóloga clínica y en este libro recoge las experiencias de sus clientes para concluir algo que suena básico: los veintes no son una etapa sin consecuencias, no son una antesala de la vida real; son la vida real, y hay que tomárselos en serio. A la autora la critican mucho por juzgona, heteronormativa, tradicional, entre otras, pero a mí me pareció un marco muy útil para aproximarme al trabajo y a las relaciones. Muchos de los problemas que ella advierte en sus clientes de treinta y cuarenta años pueden rastrearse directamente a esa actitud descomplicada que tuvieron en sus veintes (trabajos casuales, relaciones casuales). Entonces lo que uno debe hacer, dice Jay, es tratar su vida profesional y amorosa como si importara. Así todo trabajo, aunque no definitivo, debe sumar, y toda relación, aunque no sea la definitiva, debe construirse con una vocación de futuro y no simplemente como un pasatiempo. Puede ser polémico; a mí me parece apenas sensato. La década definitiva es, finalmente, un libro sobre no dejar que la vida le pase a uno por enfrente; sobre no aplazar la responsabilidad de actuar como adulto pues eventualmente llegará la cosecha de los veintes, y de uno depende si pelechan las semillas que uno eligió o las que escupieron al azar los pájaros migratorios.

4.       How to Fail at Almost Everything and Still Win Big — Scott Adams

Lo compré al azar en Amazon pues estaba investigando el tema del fracaso para escribir un libro sobre emprendedores. How to Fail es un libro extraño: mitad autobiografía, mitad libro de productividad, mitad relleno random (incluye consejos sobre dieta, ejercicio, sobre ¿cómo manifestar?). Scott Adams era un funcionario de banco, el clásico hombre corporativo estadounidense, y hoy es el creador de uno de los comics más icónicos de la historia (Dilbert), y últimamente, en su más reciente metamorfosis, un polémico comentarista político de derecha. Pero esta última no viene al caso.

Este es un libro de cómo logró esa transición entre banquero y dibujante. El secreto es que nunca se puso la meta de empezar un comic exitoso ni de huir de su trabajo corporativo. Ponerse metas, dice, es para perdedores. Por eso Adams prefiere tener sistemas. Esto es, incorporar hábitos duraderos que lo acerquen a donde quiere estar. Bajar 12 kilos es una meta, comer saludable un sistema. Crear un negocio para poder renunciar al trabajo que uno odia es una meta, mientras que madrugar a las cuatro de la mañana para trabajar en proyectos creativos es un sistema.

Esa idea fundamental de que uno debe procurar tener sistemas en vez de metas ha sido la forma como me he enfrentado a la vida profesional. Bajo ese entendimiento —y esto lo repite una y otra vez Tim Ferriss en su podcast (que también ha sido definitivo en mis veintes)— uno no se pregunta si un proyecto va a ser exitoso, sino si va a servirle para construir habilidades, conocimientos, o relaciones que lo dejen mejor parado en el futuro. Este libro me llevó a mi divorcio más importante de la década (que no debe confundirse con mi divorcio más doloroso de la década): el divorcio entre trabajar y esforzarse. El trabajo, como tiene que ver con la energía humana, implica un esfuerzo, pero no hay que creer que desmoronarse en la cama tras un largo día de esfuerzo es garantía de que uno haya trabajado.

5.       The Wise Men: Six Friends and the World they Made — Walter Isaacson & Evan Thomas

Antes de volcarse hacia las biografías empresariales (Steve JobsElon Musk), Walter Isaacson se inició en el arte de la biografía con personajes de la vida pública (KissingerBenjamin Franklin). The Wise Men, que escribió junto al biógrafo Evan Thomas, corresponde a esa faceta de hombres públicos, y es una verdadera épica —seis biografías en una— sobre el periodo de la Guerra Fría en Estados Unidos.

The Wise Men eran seis amigos —algunos con cargos públicos, otros en el sector privado pero involucrados en lo público— que definieron la política interna y externa de Estados Unidos, durante la época en que el mundo bailaba sobre el filo de la guerra nuclear. Estos operadores políticos, empresarios, diplomáticos conformaban el establecimiento estadounidense y les tocó definir, por ejemplo, qué hacer con Europa después de la Segunda Guerra Mundial —cuesta creerlo, pero en un momento la tesis de convertir a Alemania en una gran granja europea iba cogiendo fuerza—, y también —quizás más vital— les tocó pensar y ejecutar la estrategia para contener a la Unión Soviética y la expansión del comunismo (de hecho la doctrina de la contención es producto intelectual de George Kennan, uno de los seis wise men).

Digo que es un libro que definió mis veintes porque me quitó esa ignorancia tan universitaria de creer que el status quo (como se dice en universidades) es perverso y que los creadores del status quo —el establecimiento— son los culpables de todas nuestras desgracias. Este libro me mostró lo difícil que es mejorar las cosas, lo mucho que se juegan aquellos que cargan el peso de una decisión sobre la nuca, y lo frágil que es este mundo, que tanta gente excepcional ha construido durante tantos años.

*Otro libro que me mostró eso, pero en Colombia, fue Decidi contarlo de Guillermo Perry.


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Soy Andrés Acevedo (TwitterLinkedin), el escritor detrás del hit cultural 13%, el podcast sobre trabajo y carrera profesional. Más sobre mí aquí.