Andrés Acevedo Niño es el escritor detrás del hit cultural 13%, el principal podcast narrativo en español sobre trabajo y carreras profesionales. Durante los últimos cinco años, Andrés ha consolidado una perspectiva única acerca del trabajo humano: ha escrito las historias de los líderes más relevantes de diversas disciplinas y ha dado visibilidad a oficios comúnmente invisibles, como guardias de seguridad, vendedores ambulantes y médicas de UCI. Su trabajo digital, que incluye el emergente podcast de entrevistas, Atemporal, ha tenido una fuerte acogida en el mundo empresarial y sus contenidos alcanzan mensualmente a una audiencia de más de 60,000 personas y han superado un millón de reproducciones.

Nacido en Medellín, Andrés estudió derecho en la Universidad de los Andes, juega squash y actualmente vive entre Bogotá y Medellín.

Historias de personas que encuentran satisfacción en el trabajo. Una minoría especial que no odia los lunes ni espera impaciente a que llegue el viernes. 

Una vez a la semana envío un mini ensayo de mis aprendizajes y ocurrencias (me interesa la creatividad, el trabajo humano, los libros, la historia y las tensiones de la vida en sociedad) más una recomendación (libro/artículo/documental/frase para considerar). Suscríbete y recibe todos los miércoles el newsletter. 

Conversaciones con líderes empresariales y políticos, jugadores creativos, autores y pensadores.  

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Entusiasmo runner

Daniel Acevedo, que no es primo mío pero sí un atleta serio, me invitó a trotar desde Sabaneta hasta Medellín. Me pareció que el plan era insensato, pues entre Sabaneta y Medellín existe un municipio entero. Además, nunca había trotado intermunicipalmente (salvo la vez que me colé a la maratón de Chicago y terminé, lo juro, en el Mid-west). «Son diez kilómetros», me dijo Daniel. Pensé que mentía para convencerme, pero revisé en el celular y efectivamente eran diez kilómetros. Me pareció una distancia decente, lograble a pesar de que hacía rato había cambiado el trote (o running, como dicen ahora) por el squash. «Nos vemos mañana», le contesté comprometiéndome a la hazaña e hice la anotación mental de, en adelante, no referirme a este capítulo como la vez que troté diez kilómetros (logro modesto), sino como mi épica corrida desde Sabaneta hasta Medellín. Nos vinimos conversando. Al parecer, el running es ahora

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Cinco libros que definieron mis veintes

Cumplí treinta el sábado y sentí de golpe la nostalgia del fin de la década. De las pocas que tengo para escoger, mis veintes han sido, de lejos, mi década más importante. Fue cuando hice un corte radical con la inercia que iba a determinar mi vida. En mis veintes deseché mi título de abogado, puse a sufrir a mis papás pues ni siquiera escogí un camino alternativo sino que me metí de cabeza en territorio inexplorado, y mandé al reciclaje las toneladas de fotocopias que había leído con desgano durante la carrera y que habían hecho de mí un verdadero analfabeta funcional. Cuando uno cuenta este tipo de cosas tiende a exagerar para darse más mérito, pero la verdad es que mi foto a los veinticuatro era la de un recién graduado que no quería ser abogado, no tenía ni idea qué ponerse a hacer, y, al no ser heredero,

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Espaldarazo

No hay peor lugar común que el que dice que «los jóvenes son el futuro del país». Me parece, además, que es cierto solo en su versión obvia, la demográfica. El futuro se encargará de despachar a los viejos y entonces los que eran «el futuro» pasaran a ser los nuevos viejos. Entendido así, los jóvenes serán el futuro, pero solo porque no habrá de dónde más escoger. Pero ese no es el sentido en el que se suele usar la frase. Cuando alguien dice «los jóvenes son el futuro del país» no lo dice como lo diría un profesor soso de estadística. Lo dice más parecido a como el colombiano dice «la esperanza es lo último que se pierde» cuando está esperando que, en la última jornada de eliminatorias, Bolivia le meta un seis cero a Brasil, en el Maracaná. Esto es, suelta la frase con el idealismo nostálgico

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El foco de Barco

El día que fue elegido presidente de Colombia, Virgilio Barco pasó la tarde jugando criquet. No monitoreó noticieros. No atendió llamadas. Jugó criquet, comió, y en un punto se paró de la mesa. «Me avisan cualquier cosa», les dijo a los demás comensales y se excusó para irse a su casa. Cualquier cosa. Como si ese día no se fuera a definir La cosa. Como si ese día no fuera a arribar al destino último de una larga carrera política. Cuenta Rafael Obregón —que estuvo entre los jugadores de criquet de esa tarde— que cuando llamaron a Barco a contarle que había ganado, el que contestó el teléfono fue su chofer. «Que le manden la razón», dijo. El recién electo presidente no había considerado necesario enterarse de su nuevo cargo. Uno puede imaginarlo escribiendo Domingo de criquet en su diario, dándole a la presidencia la misma intrascendencia que Luis XVI

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A la Renoir

Mi impresionista favorito es Renoir. Sueño con visitar uno de sus cuadros, Baile en Bougival, que está en un museo de Boston. En la sala de un apartamento de Madrid me encontré un libro de Renoir, de esos que se compran no para leer sino para decorar la mesa de centro. Lo levanté. Lo leí. Decía el innombrado autor que Renoir pintaba escenas que evocaban la vida feliz. La vida descomplicada.   Colores vivos, caras sonrientes. Arrugas de risa, ninguna de estrés. Gente viviendo. Bailando, comiendo, bebiendo. Épocas felices. Bebamos y comamos, que mañana moriremos. Tiempos felices. El fin del mundo. Tiempos malos crean hombres fuertes. Hombres fuertes crean tiempos buenos. Tiempos buenos crean hombres débiles. Hombres débiles crean malos tiempos y mientras tanto beben, bailan y comen. No me gusta el psicoanálisis. Demasiado determinista. Lo que fue, fue. Y todo fue en la infancia. Es la negación del cambio.

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Mi tío Camargo

Lo que más me impresionó cuando conocí a Andrés Camargo (todavía no le decía “mi tío”) fue su oficina. Suena absurdo, y uno lee el perfil que escribí en ese entonces y ni menciono la oficina. El perfil es sobre el proceso penal injusto y absurdo que lo condenó a cinco años de cárcel. Hoy, casi seis años después de esa primera entrevista más que de Camargo me acuerdo de la oficina. Quedaba en un típico edificio bogotano, cerca al parque de la 93. No era un edificio moderno, pero tampoco uno de esos clásicos elegantes. La oficina, en cambio, sí era elegantemente clásica. Recuerdo más la atmosfera del sitio que los detalles de la oficina. No estoy seguro si había un escritorio de roble, pero no me cabe duda que esa oficina tenía aire a madera madura, a luz opaca, y que estaba llena de pequeños accesorios que más

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Los restaurantes de dos platos

Hay algo sobre los restaurantes de dos platos que me atrae. Ajiacos y mondongos vende ajiacos, mondongos, y cazuelas de frijoles. Este año les dio por empezar dizque con sopa de arroz, pero los perdono pues el promedio de un plato por cada 8 años de existencia es bastante decente. Creo que lo que me atrae de esos restaurantes de pocos platos es el mensaje tácito: aquí hacemos solo dos cosas, o sea que las hacemos mejor que nadie. Además, reduce el riesgo para el comensal que no tiene que adivinar en cual sección del menú de dos mil platos está el corazón del restaurante y en cuál se esconde el último capricho del hijo de la dueña. Esa devoción a un pequeño puñado de cosas es un compromiso obligado con la excelencia. No hay otra forma de ofrecer poco y salir bien librado que obsesionándose con hacer la mejor

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