Andrés Acevedo Niño es el escritor detrás del hit cultural 13%, el principal podcast narrativo en español sobre trabajo y carreras profesionales. Durante los últimos cinco años, Andrés ha consolidado una perspectiva única acerca del trabajo humano: ha escrito las historias de los líderes más relevantes de diversas disciplinas y ha dado visibilidad a oficios comúnmente invisibles, como guardias de seguridad, vendedores ambulantes y médicas de UCI. Su trabajo digital, que incluye el emergente podcast de entrevistas, Atemporal, ha tenido una fuerte acogida en el mundo empresarial y sus contenidos alcanzan mensualmente a una audiencia de más de 60,000 personas y han superado un millón de reproducciones.

Nacido en Medellín, Andrés estudió derecho en la Universidad de los Andes, juega squash y actualmente vive entre Bogotá y Medellín.

Historias de personas que encuentran satisfacción en el trabajo. Una minoría especial que no odia los lunes ni espera impaciente a que llegue el viernes. 

Una vez a la semana envío un mini ensayo de mis aprendizajes y ocurrencias (me interesa la creatividad, el trabajo humano, los libros, la historia y las tensiones de la vida en sociedad) más una recomendación (libro/artículo/documental/frase para considerar). Suscríbete y recibe todos los miércoles el newsletter. 

Conversaciones con líderes empresariales y políticos, jugadores creativos, autores y pensadores.  

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El desmarque

Cuando uno juega futbol en el equipo del colegio no conoce lo que es una marcación de verdad. Ni en el entrenamiento más intenso se llega a sentir lo que se siente bajo una marcación obsesiva. Yo, que siempre fui defensa, rara vez soporte un marcaje. Excepto una vez que jugamos contra un colegio cuyo nombre nunca había escuchado y que quedaba en una parte de la ciudad a la que nunca había ido y a la que hoy no sabría ir. Era un partido de estudiantes de once pero los del otro equipo ni parecían de once ni parecían estudiantes. Tenían cuerpo de adultos. De adultos militares, para ser más preciso. Cuando yo subía a cabecear en los tiros de esquina, me marcaba un adulto que medía una cabeza más que yo, de manera que no me dejaba ver el corner. Me tocaba forzar una contorsión del cuello —de

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Una idea de destino

Las primeras temporadas de Cristiano Ronaldo en el Manchester United fueron muy diferentes a las últimas que tuvo en ese club. Aparte del hecho de que las primeras las vimos por Fox Sports y las narraba el Bambino Pons, está el hecho no menor de que parecen dos jugadores diferentes. El primer Ronaldo era más bien flaco, no escuálido pero sí tenía uno de esos cuerpos de amateur que uno imagina en la bahía de Copacabana jugando con una pelotica de futsal. Ese primer Ronaldo era entretenimiento puro. Un mago de circo pegado a la banda esperando a que le entregaran el balón. Al primer Cristiano no le preocupaba seguir la jugada sino entretener a la grada. Para el primer Cristiano no existía equipo, solo público. En sus ojos el 90% de la cancha estaba oscura, solo su banda estaba iluminada, ese carril exclusivo que entre más se estrechaba más

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Tiranos adorados

Cuando se habla de grandes tiranos se suele pensar en dictadores malévolos. En Stalin que mató de hambre al 10% de los ucranianos y de susto a otros cuantos millones de rusos. En algún capo africano que viste traje militar y que el tiempo libre, cuando no está ocupado acribillando a sus opositores, lo dedica a sumar dientes de oro a la colección o a alguna santería oscura para mantener su poder. Cuando uno piensa en tiranos no suele pensar en Steve Jobs o en Lyndon B. Johnson. Mucho antes de que se hablara del burnout, Lyndon Johnson —después de Trump, el presidente más improbable que ha tenido Estados Unidos— ya estaba quemando su gente con lanzallamas y sin pena. Hoy sus estrategias de management le valdrían una docena de demandas por abuso laboral. Para que se hagan una idea, Johnson era el único congresista que se mantenía al día

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Ciudades del deseo

Me ha pasado dos veces. Una vez en Lille y otra cerca a Edimburgo. He sentido en esos dos lugares un afán extraordinario por quedarme. Cuando pasé por Lille era de noche; íbamos en un roadtrip: Ámsterdam, luego Berlín. Toda la vida nocturna europea parecía haberse consolidado en la ciudad fronteriza francesa a la que yo ni conocía, pero de la que quería hacer parte. En ese momento ni Berlín ni Ámsterdam me interesaban, lo único que me interesaba era bajarme del carro y quedarme en Lille. Tenía 17 años, y aunque atravesaba la cúspide de la espontaneidad, no me bajé del carro, seguimos derecho y este es el día que no he pisado Lille. El bus que nos llevaba por las Highlands escocesas —segundo lugar de mi deseo— era largo, de esos en los que caben, sin juntarse, el grupo de asiáticos y también el de adolescentes colombianos. No

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Volver a los clásicos

Me imaginó que ya todos han leído algún texto que se titule así. Es estadísticamente improbable que no, pues elogios de los clásicos se escriben todos los días. Ya el discurso lo conocemos: que son «clásicos» pues nunca pierden su vigencia, que nos interpelan siempre, según la situación que estemos viviendo, que se pueden leer ciento y una veces y siempre tienen algo nuevo para decirnos. No voy a escribir de esos clásicos, pues no me siento moralmente capaz. Empecé El Quijote y no he podido pasar de la página 400, 600 u ochocientos, ya ni me acuerdo (de hecho, se lo confesé a Andrés Caro, en el más reciente episodio de Atemporal). Voy a hablar de otro tipo de clásicos, aunque reconozco que no a todos les parecerá correcto que yo le asigne a un arte inferior tan pesada etiqueta. Hablo de las películas. Específicamente, de las películas con

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Relato de dos CEO

Una de las primeras entrevistas que hice fue a un CEO de una gran empresa colombiana. La más importante en su industria. El tipo me cayó pésimo. No diré su nombre. La entrevista más reciente que hice fue a un CEO de una gran empresa colombiana. Tal vez una de las cinco empresas más grandes del país. El tipo me cayó extremadamente bien. Se llama Jose Alberto Vélez, el icónico CEO de Grupo Argos (esperen pronto su episodio en Atemporal). La gente se la pasa buscando patrones comunes entre exitosos, un poco bajo la idea (en la que creo parcialmente) de que todo logro humano tiene el potencial de ser emulado. Desafortunadamente para los buscadores de patrones, casi todas las trayectorias profesionales son inimitables. Por eso es realmente especial cuando uno nota cosas en común entre personas tan disimiles como el tipo más querido del mundo (Vélez) y el otro

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Más vaca que león

¿Cómo saben ustedes que necesitan un descanso? Yo me doy cuenta cuando no soy capaz de parar de abrir pestañas en el explorador para meterme a Twitter o a Gmail. Cuando no logro pasar más de diez minutos en Word sin caer en la tentación de ver qué hay de nuevo en las redes sociales. Esa inquietud incontrolable de los dedos, esa mente excesivamente distraída, es para mí un síntoma de que llegó la hora de vacacionar. Como mis vacaciones son irregulares —no es como que yo sepa que en agosto voy a tener vacaciones—, tengo que estar alerta a estos síntomas de cansancio. La fatiga es indicativa que ha terminado un ciclo de sprint. Este año el primer sprint de trabajo duró algo así como cuatro meses. Trabajar por sprints organiza alrededor de un conteo regresivo. Me da sentido de urgencia. «Me queda un mes en Bogotá y tengo

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