Andrés Acevedo Niño es el escritor detrás del hit cultural 13%, el principal podcast narrativo en español sobre trabajo y carreras profesionales. Durante los últimos cinco años, Andrés ha consolidado una perspectiva única acerca del trabajo humano: ha escrito las historias de los líderes más relevantes de diversas disciplinas y ha dado visibilidad a oficios comúnmente invisibles, como guardias de seguridad, vendedores ambulantes y médicas de UCI. Su trabajo digital, que incluye el emergente podcast de entrevistas, Atemporal, ha tenido una fuerte acogida en el mundo empresarial y sus contenidos alcanzan mensualmente a una audiencia de más de 60,000 personas y han superado un millón de reproducciones.

Nacido en Medellín, Andrés estudió derecho en la Universidad de los Andes, juega squash y actualmente vive entre Bogotá y Medellín.

Historias de personas que encuentran satisfacción en el trabajo. Una minoría especial que no odia los lunes ni espera impaciente a que llegue el viernes. 

Una vez a la semana envío un mini ensayo de mis aprendizajes y ocurrencias (me interesa la creatividad, el trabajo humano, los libros, la historia y las tensiones de la vida en sociedad) más una recomendación (libro/artículo/documental/frase para considerar). Suscríbete y recibe todos los miércoles el newsletter. 

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Mi filosofía de productividad y las reuniones en las mañanas

Siempre he pensado que para mí sería muy difícil trabajar en una empresa. La sola idea de tener una reunión el lunes a primera hora me parece espantosa. Y es que va en contra de mi filosofía de productividad. Mi filosofía de productividad parte de mi entendimiento de que el trabajo humano es acerca de energía que se invierte, no del tiempo que transcurre. Visto así, la productividad tiene que orbitar alrededor de una obsesión: usar la energía de la manera más óptima posible. ¿Una manera subóptima de usar la energía? Estar atrapado en una reunión en las horas en las que uno tiene mayor capacidad de concentración. Para la mayoría de personas —sin duda es mi caso— la energía mental alcanza su pico en las horas de la mañana. El trabajo de muchas personas está estructurado en contravía de la biología: los altos energéticos los desperdician en tareas que

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Soy esclavo de este newsletter

Mi amiga Christine se va a molestar cuando le diga que me dejó el avión. Según ella, perdí el avión, no me dejó. Con el lenguaje, dice, también somos expertos en victimizarnos. En todo caso me dejó el avión, y aquí estoy, en un aeropuerto a medio cerrar, al que le quedamos en total diez personas y solo la mitad preferimos estar acá adentro, encerrados. «Tómale una foto a ese letrero y escribes sobre la perspectiva: de cómo unos solo ven el letrero de De Lolita, mientras que otros ven el atardecer». Esa fue la sugerencia. La idea no es mala, pero este newsletter es mío. Y yo soy su esclavo. Por eso no escribo sobre De Lolita, sino de este newsletter y de yo, que soy su esclavo. No se me ocurrió un solo tema en toda la semana, pues estuve de viaje. Escruté en mi cabeza y simplemente

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Los primeros 100 días en un trabajo

Es a Franklin Delano Roosevelt (FDR) a quien debemos la idea de los primeros cien días. Cuando FDR llegó a la presidencia, Estados Unidos atravesaba la Gran Depresión. «El pulso de la nación», escribe la historiadora Doris Kearns Goodwin, «escasamente podía detectarse». Un cuarto de la fuerza laboral estaba sin trabajo, millones de personas habían perdido sus ahorros, y más de dos millones de desempleados abordaban trenes de mercancías en la busca —inútil— de una oportunidad de trabajar. El presidente Herbert Hoover había intentado frenar la epidemia de desesperanza y había fracasado. Había, casi, claudicado. «Estamos al final de nuestra pita», dicen que le dijo a su secretaria, «no hay nada más que podamos hacer». De FDR no se esperaba mucho, pero lo poco que se le pedía lo era todo. Los norteamericanos no veían la hora de que el «viejo melancólico» (Hoover) terminara su mandato y fuera reemplazado por

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Virtudes que conmueven

De las cuatro virtudes estoicas de las que escribe Ryan Holiday, el coraje es la única conmovedora. La templanza, la sabiduría, y la justicia son virtudes que uno admira en quien las practica, pero no necesariamente virtudes que conmueven. Hay un género de video que me encharca los ojos. No tiene nombre, ni creo que haya alguien más que lo reconozca como género, pero son los videos en los que hay algún tipo de solidaridad entre extraños. Los vecinos que levantan un carro para rescatar un niño atrapado, los violinistas tocando mientras el Titanic se hunde, esa escena memorable de Casablanca en la que tocan la Marsellesa para desafiar a los nazis. Los fanáticos del mercado me dirán que lo que me conmueve es la cooperación espontanea entre individuos. Que esa es la solidaridad de la que hablo. Pero ahora que lo pienso, lo que veo en esos videos es

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Gente encerrada

La diferencia más dramática entre Bogotá y Madrid ocurre los domingos a las seis de la tarde. No voy a decir qué hace la gente de Bogotá a esa hora, pues todo el mundo tiene derecho a lidiar en su intimidad con la neurosis de domingo. Pero sí diré lo que pasa con la ciudad: se vacía. Todo el mundo se encierra en sus apartamentos y las calles alcanzan su máxima atmósfera apocalíptica. Da miedo caminar en Bogotá un domingo a las seis. En Madrid pasa exactamente lo opuesto: domingo a las seis es la hora pico. En Madrid siempre hay multitudes, pero el gentío a esa hora es extraordinario. No hay un punto en el que Madrid alcance más vida que cuando Bogotá está más allá de la muerte. No creo que este sea un tema psicológico. No es como que el madrileño prefiera vivir la angustia existencial dominguera

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Masticar feedback

Históricamente, he tenido dos reacciones ante el feedback. La primera es incomodidad. La segunda es rabia. Esta última me posee sobre todo en twitter cuando algún anónimo, que generalmente no tiene criterio sobre el tema que me está corrigiendo, me indica el camino a seguir no sin antes restregarme con una buena dosis de odio. Pero no quiero perder esta oportunidad desahogándome de los expertos de todo, experimentados en nada, que pueblan esa red social. Prefiero hablar del primer tipo de feedback, el que incomoda. Hoy en día puedo decir que a la hora de crecer profesionalmente hay pocas cosas tan importantes como el feedback. Cuando uno está empezando su vida profesional dice lo mismo, solo que no lo entiende. En ese momento uno compensa la falta de exposición con frases que ganan likes en LinkedIn y uno repite como buen miembro de rebaño. Así es como el recién graduado

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Falta de aguante

En Hungría trabajé en un viñedo. Era de una pareja de raros y curiosos: Aaron, que era británico y parecía un pirata, y Karina, que había nacido en Latvia y tenía un aire como de la bruja de Narnia, pero más benevolente. Cuando cuento esto, la gente se imagina que yo recogía uvas para hacer el vino. Se equivocan. El trabajo en el viñedo nunca es recoger las uvas. Eso no es trabajo, eso es recompensa. El trabajo en el viñedo es más cercano a labor, a hacer algo trabajoso. Y cada actividad laboriosa depende, naturalmente, de la temporada. Yo llegué en pleno verano, cuando ya los racimos se habían formado y lo único que quedaba por hacer era esperar a cosecharlos. Ah, y deshojar. Eso también había que hacer: deshojar y deshojar. Ahora: no sé cuantos de ustedes han deshojado viña tras viña bajo el sol de agosto de

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